Silencio
Real Hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias
Zamora
Licencia registrada: Hermandad, versión 6

La Real Hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias fue creada gracias al entusiasmo de un grupo de zamoranos que, habiendo redescubierto en una capilla de la Catedral la magnífica talla del Crucificado de ese nombre, solicitaron y consiguieron poder trasladarlo en la tarde del Miércoles Santo a la iglesia de San Esteban, para que desde allí saliera en procesión el Viernes con la Cofradía del Santo Entierro.

Tras dos desfiles realizados en los años 1902 y 1903, que no tuvieron continuidad, el año 1925 se constituyó y comenzó a salir la nueva Cofradía, denominada “Del Silencio”. Desde entonces se mantiene inalterado el hábito procesional, que consta de túnica de estameña blanca, caperuz rojo de veludillo, cíngulo, decenario, hachón y vela.

El Cristo de las Injurias – titular de la Real Hermandad - es una talla de estilo gótico barroco renacentista, al gusto italiano de la mitad del S. XVI. Posiblemente fue realizado en Granada por Jacobo Florentino (El Indaco), amigo de Miguel Ángel, aunque también se citan como posibles autores a Diego de Siloé, Arnao Palla y Gaspar Becerra.

Esta soberbia efigie, saliendo de la Catedral, siempre fue a buscar la integración con los grupos escultóricos de la Cofradía del Santo Entierro. Por ello, y discurriendo alternativamente por tres itinerarios distintos, hasta 1964 la procesión “del Silencio” terminó en la iglesia de San Esteban, haciéndolo desde 1965 en el Museo de Semana Santa.

El primitivo “paso” donde se colocaba la imagen era pequeño y sencillo, con dos candelabros de velas a ambos lados del Cristo. En el año 1943 se adquirieron unas nuevas lámparas y una mesa más trabajada, rica y de mayor tamaño. En 1950 se reformó el sitial incrementando la talla y el dorado de los adornos. Y más adelante, en 1982, se reformó nuevamente el trono.

La procesión del Santísimo Cristo de las Injurias tiene en el silencio su más significativa seña de identidad. Es un mutismo jurado por los cofrades, que el pueblo de Zamora hace propio, y que se ofrece desde 1945 por el Alcalde de la ciudad, en el atrio de la Catedral, al comenzar el desfile.

La marcha de los hermanos por las estrechas calles de la ciudad en la noche del Miércoles Santo es de una belleza inconfundible: dos larguísimas hileras de encapuchados vestidos de blanco y de rojo – más de dos mil personas – unidas a dos parpadeantes filas de llamas amarillas, alumbrando el absoluto silencio de un pueblo que, con recogimiento, observa el desfile y se asombra al ver pasar la impresionante talla de Cristo muerto.

Es una procesión noble, señorial. Va precedida por maceros que abren paso a clarines anunciadores del cortejo. Un caminar envuelto en la oración, el ensimismamiento y el aroma de incienso que se esparce desde dos grandes y bellísimos pebeteros de bronce.

En la noche del Miércoles Santo, bajo el tañido de “la bomba”, podemos decir sin temor a equivocarnos que Zamora acompaña a Dios.

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